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RASTROS HISTÓRICOS DE CALACOA Y BELLAVISTA

PorEl Observador

Ene 30, 2024

Una crónica inédita…

 

Los habitantes de antaño solían contar con nostalgia, pero con orgullo y satisfacción, que entre los años de 1900 a 1960 tuvieron una vida agitada y azarosa, porque dentro de este lapso se hizo realidad una serie de proyectos de desarrollo que para los naturales era de “vida o muerte”.

Entre las metas de envergadura, cuya concretización costó dolor y lágrimas, además de esfuerzo y sacrificio son: la compra del terreno del valle de San Cristóbal (1906), creación del distrito (1944), la nueva habilitación urbana de Calacoa-Bellavista, construcción del acueducto de San Cristóbal (30) y la ejecución de la carretera (50).

Para hacer realidad el sueño de todos los tiempos, los ‘cabecillas’ de ambas comunidades -además de ser buenos líderes- han demostrado ser excelentes estadistas, pues en el camino lograron derrotar a la oposición pesimista, al subdesarrollo y finalmente al flagelo de los fenómenos naturales.

 

Kapunto Pampa (lado oeste), y Kallsay Pampa (al este), se llamaba la antigua colina de grandes torbellinos y fuertes vientos. Era una pampa polvorienta y un paraje poco fértil, cuando aún nadie presagiaba que este pedazo de tierra sería la acogedora del futuro y prometedor asentamiento humano denominado Calacoa y Bellavista.

En medio de inmensas piedras que aparentaba ser un “jardín pétreo”, cuyos pasadizos estaban adornados con el verdor de la chilca, la caminchilla y la thola, entre otros montes silvestres, yacía el panteón donde daban el último adiós a sus seres queridos. También era el lugar propicio para elaborar chuño en la época de las noches heladas de invierno.

Además, era el escenario propicio para degustar el rico ‘chupe de patasca’ y danzar junto a los alferados, lamperos, negros, jarp’as y zambas al compás de los pules y/o de la guitarra, luego de haber cumplido con la faena de relimpiar la ‘acequia grande’. Una labor festiva íntimamente ligada a la cosmovisión andina.

Es aquí donde el día apacible de aire melancólico de ‘Todo Santos’, solía convertirse por las tardes pálidas de sol amarillento, en un ‘volcán de fuego incontenible’, porque los jóvenes de la misma edad de ambos pueblos se desafiaban: primero para demostrar con destreza su fuerza juvenil mediante golpes a puño limpio, para finalmente terminar en una lucha campal. Costumbre tradicional que fue perdiendo su auge furioso, conjuntamente con el camposanto.

Esta pampa era al mismo tiempo, mudo testigo de los quehaceres nocturnos de los ‘yatiris o laicas’, encargados ‘especiales’ de acceder intermediar ante los seres supremos del bien o del mal, mediante plegarias y mesadas, con el fin de conseguir la felicidad o arruinar la vida de las personas que tuvieron la osadía de cruzarse en el camino.

Lo más probable es que en ese entonces, muy pocos soñaron que aquel inhóspito y frígido lugar sería escenario de importantes acontecimientos; sin embargo, la inclemencia y el desafío constante de los fenómenos naturales, hizo que los habitantes de las comunidades de Calacoa y Putina, pongan empeño en la reubicación de sus terruños, para guarecer en un aposento de mayor garantía.

Para lograr ese objetivo, se vieron obligados a deshacerse del cementerio que, en ese entonces, se encontraba enclavado en el corazón de la pampa (actual Centro de Salud y parte del pueblo de Bellavista). Por supuesto que dicha tarea no fue del todo fácil, pero tampoco podían dar marcha atrás, teniendo en consideración la premura del tiempo y la urgente necesidad.

Los rastros pasados del trajinar de los calacoinos y putineños, cuenta que a regañadientes se animan a trasladar a sus seres queridos que se fueron sin retorno al “más allá”. A partir de entonces, el panteón de viejas y caídas cruces, pasó a ser el mejor campo deportivo de la época, que en adelante sería escenario de innumerables jornadas deportivas, y estuvo al servicio de varias generaciones.

Aunque la distancia de la nueva urbe se hizo poco más alejada de la escarcha y del clima templado, además del rico aroma de flores y plantas que rodeaban a los pequeños pueblecitos, de pronto tuvieron que conformarse con la rápida llegada de los rayos solares de las mañanas y con la friolenta polvareda del atardecer pampeño.

“JUNTOS, PERO NO REVUELTOS”

 

La aparente imagen de belicosidad y las poses vanidosas con aires de “juntos, pero no revueltos”, que siempre dejaron traslucir los vecinos de Calacoa y Putina, hace notar que entre ambos nunca hubo la unidad desinteresada; pero el trabajo mancomunado que han realizado durante toda su historia, es señal de que el uno es imprescindible para el otro; es decir, ambos se necesitan para seguir dejando rastros positivos para las próximas generaciones.

 

Sin embargo, está demostrado que en medio de satisfacciones y sin sabores, las damas y varones de Putina y Calacoa, siempre han logrado en forma conjunta muchos y grandes objetivos. Es que, por sus venas fluye la sangre aimara, tienen las mismas costumbres y llevan consigo el mismo abolengo; más aún, son amigos entrañables que juntos han recorrido el largo trecho de sus vidas y como buenos vecinos, han sabido superar las vicisitudes pasajeras.

 

Ahí están CALACOA Y BELLAVISTA, que juntos hacen un pueblo incomparable, como producto de la ardua labor de sus hijos de antaño. Se yergue imponente y orgulloso, mientras espera impaciente el esfuerzo de sus hijos de hoy para seguir forjando su desarrollo, acorde con la evolución social, político y cultural de la humanidad. La antigua colina del camposanto, hoy es cuna de grandes y prósperos ciudadanos. La otrora pampa cenicienta, es la llamada a ser protagonista de hechos importantes en el futuro.

                                                                                                                     Escribe: Herli Vizcarra Ticona.

 

 

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