Lejos del bullicio de las grandes ciudades, en lugares donde el cemento no domina el paisaje; los agricultores han encontrado en la naturaleza una forma de hacer realidad su sueño, y dar bienestar a los suyos y a muchos otros. Su conexión con la tierra es genuina, pues siembran cada semilla con la esperanza de un futuro abundante. Su trabajo es real, tangible y esencial.
Su día a día es una batalla constante contra el clima, las plagas y la dureza del trabajo rural. Eso implica resaltar la importancia de los campesinos en la producción de alimentos y en la preservación de las tradiciones agrícolas, así como su contribución a la identidad cultural y económica del Perú. La labor del campesino es fundamental para el desarrollo de nuestra patria.
Antes de 1969 en que fue dada la Ley de Reforma Agraria, la situación del peruano que trabajaba en el agro, era precaria y marcada por una desigualdad. La mayoría de las tierras cultivables estaban concentradas en manos de grandes terratenientes y latifundistas, mientras que los “indios” trabajaban estas tierras en condición de servidumbre y en un estado deplorable e infrahumano.
