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‘EL PERÚ ES UN TERRITORIO SAQUEADO POR SIGLOS…’

Porelobservador

Jul 6, 2025

Opinina: Jorge Ramos.

El punto clave que siempre debemos recordar es que el Estado es una herramienta, no un objetivo final. Una cultura verdaderamente avanzada se basa en este principio, pero no surge del Estado mismo, sino de algo más profundo: la capacidad de una sociedad para civilizarse. Podría haber cientos de Estados perfectos en el mundo, pero si se pierde el espíritu innovador, la voluntad de progreso y los valores éticos de los pueblos que construyen la cultura, entonces la civilización que conocemos en los países más desarrollados desaparecería.
Introducción
El Perú no es una abstracción ni una bandera vacía. Es un cuerpo herido, un territorio saqueado por siglos, y una nación fragmentada por doctrinas extranjeras que nunca comprendieron su esencia.
Tanto el marxismo como el neoliberalismo han intentado injertarse en el suelo andino, pero ambas ideologías mueren aquí por falta de oxígeno. Como dijo con lucidez un peruano que piensa con los pies en la tierra: «el marxismo y el neoliberalismo son cardiacos en el Perú, porque mueren por falta de oxígeno y son mal entendidos.»
Este ensayo recoge una voz firme y sin concesiones, que parte desde el Perú profundo, desde la gleba, desde el surco y el adobe, desde el brazo que siembra y el que construye. Una voz que no se disfraza de académica ni pide permiso: una voz que denuncia, reivindica y propone.
I. La gran impostura: doctrinas sin raíz
El marxismo, en su intento por forjar una utopía universal, fracasó al no comprender que el proletariado europeo no es el mismo que el campesino andino. La lucha de clases en el Perú no es solo económica: es racial, territorial y espiritual.
El neoliberalismo, por su parte, llegó como receta de mercado, hablando de meritocracia y libertad, en un país donde el mercado está secuestrado por mafias, donde el mérito se vende y donde la libertad es privilegio de unos pocos. Ambos sistemas hablan de progreso, pero aquí se traducen en saqueo y traición.
II. El criollo como símbolo del mal
El criollo, en este contexto, no es definido por su color de piel sino por su actitud ante la historia: comodidad ante la injusticia, tolerancia hacia el delito, adoración del poder corrupto.
El criollo no es sabio, es necio. Porque el sabio no consiente la corrupción ni se arrodilla ante la impunidad. El sabio se rebela. El criollo, en cambio, se adapta, trafica, pacta y traiciona.
El criollo no cultiva ni construye. No agarra la lampa, no abre libros para crear, no sueña con una patria libre, solo busca su cuota de poder. Es el intermediario histórico del saqueo, heredero de la colonia, servidor del capital extranjero y verdugo del Perú originario.
III. El mestizo y el indígena:
los que construyen la nación
Mientras el criollo especula, el mestizo y el indígena levantan la casa, siembran el maíz, riegan la tierra, educan con esfuerzo, curan con plantas, cargan sobre sus hombros a un país que nunca los ha reconocido.
Sin embargo, han sido marginados, invisibilizados, usados como excusa folklórica por políticos que hablan en su nombre, pero no caminan sus caminos. Incluso en las izquierdas supuestamente populares, el indígena ha sido relegado. El marxismo, por ejemplo, nunca entendió que el ayllu no es atraso, sino una comunidad avanzada.
IV. El enemigo interno: los caciques modernos
Dentro de las mismas comunidades han surgido los nuevos traidores: los caciques modernos. Politiqueros socialistas convertidos en parásitos que pactan con el centralismo, se reparten cuotas y traicionan a su gente. No representan al pueblo, solo lo usa como escalera para llegar al poder.
V. Hacia una ideología propia:
desde la semilla y el adobe
El Perú no necesita más teorías extranjeras. Necesita una doctrina nacida desde la tierra, el trabajo, la historia y la dignidad del Perú profundo. Una ideología que no copie ni imite, sino que recupere la sabiduría del surco, la moral del sabio y la espiritualidad de la comunidad.
Proponemos una doctrina basada en:
La verdad del trabajo: solo quien siembra, construye o estudia con ética, tiene derecho a hablar de patria.
La raíz histórica: el Perú no nació en 1821, sino en los andenes, en los tambos, en el Tawantinsuyo y sus formas orgánicas de vida.
La justicia como principio: no puede haber república donde se premia al ladrón y se castiga al pobre.
La ética del sabio: aquel que no tolera la impunidad ni la corrupción, aunque lo cueste todo.
Conclusión:
Este ensayo no es una teoría. Es una advertencia, una revelación y una promesa. El Perú, si ha de renacer, no lo hará por recetas importadas ni por partidos disfrazados. Renacerá desde sus raíces, desde sus manos trabajadoras, desde su memoria histórica, y desde una nueva ética popular.
Mientras el criollo adule al poder y robe al Estado, el indio y el mestizo seguirán construyendo la patria real, aunque nadie los nombre en los discursos del brindis ni los tenga presente en los círculos palaciegos. Pero ha llegado el momento de tomar la batuta y ocupar el sitial que corresponde.